Pocos títulos, pero cuidados

¿Necesita el mundo otro blog de cine? Pues seguramente no. Pero aquí está de todas formas. Bienvenidos a los que quieran quedarse. Lo principal que se debe saber es que este blog incluirá pocos títulos, pero tratados con espacio y cuidado (hasta donde llegan las luces de quien escribe), y que cada entrada consta de (1) presentación (sin spoilers) de cada título, para quien quiera pensarse si verlo o no, o recordar cuál era, (2) carátula, y (3) comentario/discusión de cierta extensión (con spoilers y sin avisar), para leer después de verlo.

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sábado, 6 de diciembre de 2008

2001 (1968)

(Comentario de Bowman)

Un grupo de australopitecos pre-homínidos -o así- vagan por las sabanas africanas hace la torta de años (varios millones). Una mañana aparece en la puerta de su madriguera un artefacto indescriptible que cambia sus vidas. Tanto que, andando el tiempo, se convierten en humanos y hasta salen al espacio exterior.

En el año del Señor de 2001, uno de estos humanos (australopitecos evolucionados) viaja de la Tierra a la Luna. Su viaje da que pensar, pues tiene para él solo enormes naves de pasajeros con toda su tripulación. Y es que se dirige a una base ubicada en el cráter Clavius en la que pasan cosas muy raras. Y tanto: en un cráter vecino, Tycho, ha aparecido un artefacto indescriptible... exactamente igual al que millones de años atrás cambió la vida de los homínidos.

A continuación se monta la marimorena... y un osado viaje a la órbita de Júpiter que acaba en el otro lado del Universo. Este viaje es un paseo experimental, inefable y psicodélico por los límites del conocimiento que deja el periplo del viejo Ulises en crucero por las islas griegas (y al espectador hecho un verdadero lío).


Cuando vi esta película por primera vez tenía catorce años. Hay que ponerse en 1969, en una capital de provincia española y en un cinazo de estreno de los de antes. Acomodadores con librea, butacones, pantallona kilométrica, stereophonic sound y proyección de un positivo nuevecito de 70 mm. Incluso hoy, con todo lo que hemos visto, una proyección así te dejaría turulato. Y si la película es ‘2001’, más aún. Hace treinta y cinco años me dejó tres días sin habla. Naturalmente, no entendí nada, pero me dio igual. Aquella sesión de cine me cambió la orientación de las neuronas. Y al Cine, con mayúsculas, le cambió la fe en sus posibilidades. No hay más que leer las críticas de la época. "La última película antigua y la primera moderna". "Un desafío a las posibilidades técnicas y expresivas del arte (o lenguaje) cinematográfico". "La película underground más cara de la Historia del Cine". Y cosas así.

Vista con la perspectiva del tiempo, ‘2001’ adelantó nuestro lenguaje visual, el de hoy, que va mucho más allá del Cine y que en esencia, y para resumir, es el del videoclip. ‘2001’ bien puede definirse como un encadenado de videoclips cuya potencia expresiva aún no se alcanzado (ni se alcanzará, tal como vamos, así pasen mil años). Esto se debe a que su creador, el hoy hiperconocido y supermitificado Stanley Kubrick, se buscó al mejor y más caro guionista que se podía encontrar entonces, Arthur C Clarke, que no era más que el más reputado escritor de ciencia ficción de entonces (Bradbury y Asimov aparte). Veintitantos años atrás, en plena Segunda Guerra Mundial, Clarke había tenido la humorada de escribir un ensayito especulando con la posibilidad de poner repetidores de ondas hertzianas en órbita terrestre para disponer de un sistema mundial de telecomunicaciones. La ocurrencia se acogió en su momento con benévolas sonrisas de agradecimiento: había cosas más urgentes en qué pensar (el desembarco de Normandía, por ejemplo), sin contar con el pequeño detalle de que las posibilidades técnicas de probar la ocurrencia eran tan nulas como caminar sobre el agua. Pero a mediados de los sesenta, el sistema de telecomunicaciones Telstar hizo realidad la llamada "mundovisión" con una base teórica calcadita de la propuesta por el visionario Clarke veintitantos años atrás, así que el escritor británico se convirtió de la noche a la mañana en una solicitada y prestigiosa celebridad mundial. Vamos, que antes incluso de su parto, ‘2001’ ya empezó con una costosa (y ambiciosa) inversión. Para disponer del mejor guión del mundo no se reparó en gastos.

Muchos han soñado con oír las conversaciones entre Clarke y Kubrick encerrados en la cafetería del Hotel Plaza, en Nueva York, frente al jardincillo ese que sale en tantas pelis. Y muchos esforzados Lucas Corsos "revuelve-papeles" han buscado durante décadas las hipotéticas servilletas de papel con el mítico sello del hotel... y los garabatos de los dos creadores. Pero nasti de plasti. Se sabe que esos papeles no son nada hipotéticos, pues Clarke y Kubrick reconocieron su existencia muchas veces, pero de su trabajo de aquellos laboriosos meses sólo se conserva un guión definitivo pulcramente mecanografiado en papel -ya amarillento- de la MGM, patrocinadora del invento. Y nada más. Un "guión de hierro", como el que preconizan los clásicos (Billy Wilder), con una historia clarita y perfectamente ensamblada que narra un viaje a lo incomprensible, al límite del Universo y más allá del conocimiento humano. Tan clara estaba la historia que Clarke trabó, paralelamente a la redacción del guión, toda una novela. Acabado el trabajo, se preguntaba qué clase de película podría salir de todo aquello. Sólo acertaba a imaginar una película más o menos audaz en el planteamiento (que conocía bien) pero convencional en su puesta en escena. Su sorpresa fue total cuando Kubrick -su "patrón", al fin y al cabo- le prohibió publicar su novela hasta después del estreno de la peli. Kubrick tenía en mente una película como no se había visto otra. Construida sólo con imágenes y sin explicaciones literarias o mecánicas. Es decir, con imágenes que se explicaran por sí mismas y se expresaran a sí mismas. Kubrick, en suma, quería una película que hablase exclusivamente a los sentimientos y a las emociones. La razón lógica del espectador debía quedar tan en blanco como la de los desconcertados personajes del relato, enfrentados a lo inexplicable. Ante realidades inaccesibles a la experiencia y el conocimiento humanos, tanto los homínidos como el doctor Floyd y los astronautas de la ‘Discovery’ deben conformarse con constatar que no entienden nada de lo que sucede. Y si ellos no lo saben, ¿por qué va a saberlo el espectador?

Clarke fue la única persona del mundo que tuvo noticia de las malévolas intenciones de Kubrick antes de que la película se estrenase y de que a los ejecutivos de la MGM les diera un siroco. Durante meses y años, Kubrick fue levantando su película más o menos en secreto, sin tolerar intromisiones y ciñéndose con tozudez al hilo que le dictaba aquel oneroso guión tan laboriosamente gestado. Pero lo hizo eliminando meticulosamente en la puesta en escena, y después en el montaje (o "edición", que dicen ahora) cualquier posibilidad de entender lo que se estaba viendo en la pantalla. En su brutal decisión de desconcertar al espectador, asesinó sin miramientos la bellísima partitura de su colaborador Alex North para concebir el alucinado y nada convencional apareamiento de la música más clásica con las imágenes más innovadoras vistas hasta entonces en una sala de cine. La aleación del hiperconocido y supersobado vals del ‘Danubio Azul’ -que en 1968 no valía más que para evocar los rancios y decimonónicos salones vieneses del emperador Francisco José- con las futuristas imágenes de una órbita terrestre poblada por miles de satélites artificiales tuvo un efecto demoledor en los virginales ojos de los espectadores de finales de los sesenta. O el uso de la épica obertura -con resonancias primitivas- del ‘Zaratustra’ obra del Strauss contemporáneo para subrayar los momentos decisivos de la trama: la entrada en acción del "artefacto", el mítico y catalizador monolito desencadenante de los acontecimientos, sobrecogía y desconcertaba, a la vez, a unos espectadores acostumbrados al previsible cine del oeste y a las convencionales comedias de Rock Hudson y Doris Day. Con aquellos trompetazos, el patio de butacas de las las salas cinematográficas de todo el mundo quedaba deslumbrado e incapacitado para pensar en nada de lo que pasaba en la pantalla. Algunos -los más bestias, los más "intelectuales" y los menos inocentes- se levantaban y se iban.

‘2001’, tal y como Kubrick pretendía, fue un mazazo. Los viejos John Ford, Alfred Hitchcock y Luis Buñuel se revolvieron airados contra aquella ridícula película que se ciscaba en la "gramática" cinematográfica que ellos habían levantado. Los ejecutivos de la MGM, recuperados del estupor, debieron debatir, incluso, la posibilidad de enviar matones a Inglaterra con objeto de asesinar a aquel chiflado desleal. Ellos se habían entregado a él con armas y bagajes, a él habían confiado el futuro de la MGM y para él habían vaciado las arcas del estudio. Por su parte, los críticos, airados, se tiraron los trastos a la cabeza tratando de encasillar aquel engendro desestructurado y premioso que sin duda era una película. Hubo quien habló de epígono de Godard, quien citó a Murnau y quien, directamente, habló de mamarrachada. Y mientras tanto, los espectadores discutían como locos en la puerta de las salas, nada más terminar la proyección, sobre si el enigmático monolito era un símbolo de dios o si, simplemente, se les había tomado el pelo y tenían derecho a exigir en taquilla la devolución del importe de las entradas.

Todos erraban, salvo los ejecutivos de la MGM: Kubrick, en efecto, les había birlado la cartera. Pero nada de dios ni de Godard ni de falta de orden o de estructura. Y nada, tampoco, de tomadura de pelo. Kubrick había vislumbrado los medios audiovisuales del futuro, la imagen pura del siglo XXI y, en cualquier caso, le había salido una película simétrica, ordenada y perfectamente estructurada. La supuesta división en tres partes ('El amanecer del Hombre', 'Misión Júpiter', 'Jupiter y más allá del infinito') sólo es una convención narrativa derivada del guión. La película consta, en realidad, de cinco partes. Los australopitecos, el doctor Heywood Floyd, los sucesos en la ‘Discovery’, el "viaje" del comandante y, por último, la "carcel" espacio-temporal. De todas ellas, la tercera, la central, es la más larga. Las dos primeras, el planteamiento. Y las dos últimas, la alucinada conclusión y el cerrojazo al largo viaje iniciado antes de que hubiese seres humanos sobre la Tierra.

A Kubrick no le bastó con mandar a la porra el siempre engorroso momento de las explicaciones (que tanto irritaba a Hitchcock, según confesó a Truffaut en ‘El cine según Hitchcock’) sino que administró los tiempos -esencia del cine- como le dio la gana. O sea, como nunca nadie había osado hacer hasta entonces. En ‘2001’ conviven la desmesurada y expresiva elipsis que sirve para pasar de la primera parte a la segunda (el famoso plano del hueso volador) con la pormenorizada exhibición de las interminables actividades que tienen lugar a bordo de la ‘Discovery’: preparar la cena, jugar al ajedrez o reemplazar una pieza defectuosa en la antena. Y tenía motivos para hacerlo. Kubrick, que con la escenografía y las transparencias crea espacios irreales y ajenos a cualquier referencia, distorsiona también la percepción del tiempo y obliga al espectador a salirse de los parámetros más habituales para sumergirse en esa suerte de presente continuo que es el transcurso del tiempo en una nave espacial: sin amaneceres ni atardeceres, sin día ni noche, igual de extraño que el espacio de la nave, carente de arriba y abajo, de suelo y techo.

‘2001’ es una locura, en efecto, la última película antigua y la primera moderna. Sin ella no habría existido la trivialización de los numerosos hallazgos de ‘2001’. O sea, ‘La guerra de las galaxias’, la película que abrió camino a la infantilización, el merchandising y la frikez que definen el cine actual. Sin ‘2001’ no se habría puesto de moda en los setenta John Alcott, su director de fotografía (con permiso de Kubrick, cuya formación era la de fotógrafo). Aún hoy, cuarenta años después, el "look", el aspecto, de ‘2001’ es sorprendentemente actual. Tanto su dirección de fotografía como de escenografía y ambientación podrían ser las de una película de hoy. Piénsese que en 1968 se rodaron el primer ‘Planeta de los simios’, ‘Bullitt’, ‘El león en invierno’, ‘Funny Girl’, ‘La noche de los muertos vivientes’, ‘Las sandalias del pescador’, ‘Oliver’ y ‘El guateque’, que desde un punto de vista estrictamente aspectual están bastante más "envejecidas".

Pero hay un detalle que emparenta ‘2001’ con todas las películas de su época y la aleja decisivamente del cine actual. Y es que todo lo que se ve en pantalla sucedió realmente en algún momento (o se escenificó) delante de una cámara. Algo que hoy día es implanteable en una producción de ese calibre y con esos escenarios... y que probablemente ya lo será siempre.

Si quieren disfrutar de una experiencia realmente sensorial e incomparable, si quieren salir del tiempo y del espacio y viajar a otra dimensión a bordo de las emociones, cuelguen todos sus prejuicios y expectativas en el perchero del pasillo, desconecten los teléfonos, abróchense los cinturones y apaguen la luz.

Bienvenidos a bordo. Y que tengan muy feliz viaje.

3 comentarios:

  1. Muchas gracias, Bowman. Este es exactamente el tipo de comentarios que busco: informativos, donde uno aprenda algo, y además currados. Todo el mundo lleva dentro al menos uno para aquellas películas que le sacudieron el interior, y me alegro de ir recibiendo unos cuantos ya.

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  2. Así que era eso??
    Tantos años debatiendo sobre el monolito y era eso?
    Carammmba, me ha encantado leerlo, ahora sé que Kubrick es un genio.
    Gracias, Bowman.

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  3. Jeje. Qué bueno, Bowman.
    Gracias. 2001 sigue siendo la Peli. La peli para aprender oficio, razón llevas: la última antigua y la primera moderna, el videoclip con mayúsculas.
    En lo mío da para llenar cuadernos y cuadernos de notas, para verla una y otra vez.
    Tu reseña no da lugar al debate: lo explica todo. Mola.
    Pa la semana que viene te cambio Al Rojo Vivo por El Extraño Viaje.
    :)
    Jck.

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